sábado, 2 de septiembre de 2017

MÁGICO



Plaza Mayor Salamanca 2002 
Fotografia de Matug Aborawi

Mágico. Si tuviera que definir a Matug en una sola palabra, sería esa.

Desde su esencia como ser humano a su expresión como artista, sus experiencias vividas, su relación con el mundo y con el “no mundo”, sus pinturas, interpretaciones, colores y palabras, hasta todo lo que a su ser envuelve y todo lo que en los demás genera, es mágico.
Fue hace ya trece años cuando recién llegado de Libia, apareció por primera vez en el establecimiento donde yo trabajaba, en la Plaza Mayor de Salamanca. Con su habitual desparpajo y su español roto, se me presentó como un  pintor libio, que había decidido ir a Salamanca a estudiar español aprovechando que la ciudad había sido nombrada Capital Europea de la Cultura ese año. En aquellos momentos tenía una exposición en el Bar La Luna, a la cual me instó a visitar repetidamente para que conociese algunas de sus obras, y a la que nunca acudí, en parte por  dejadez y en parte por desconocimiento de ese tipo de arte.

Matug Aborawi Plaza Mayor Salamanca 2002 


Sin embargo, llegó el día en que Matug me dijo que se marchaba, no recuerdo muy bien a dónde; tampoco creo que le importase mucho el destino, con el paso de los años me he dado cuenta que no le interesa la historia del lugar o de la ciudad que visita, simplemente viaja y hace su propia historia allá donde va. Es un creador,  creador de historia. Como él mismo afirma, no es más exitoso el que más poder adquisitivo tiene, sino el que más historia crea. Pienso que está en lo cierto. También es un maestro.
Nos despedimos sin más. Instintivamente y sin saber por qué, guardé el e-mail de aquel chico con el que no crucé demasiadas palabras; quizá fue esa naturalidad, quizá fue su peculiar forma de ser, quizá la energía que le envolvía, quizá las palabras que no decía….  El caso es que cada uno siguió su camino, abandonamos la ciudad.
Varios años más tarde, el destino quiso que nos volviésemos a reencontrar en Salamanca. Le recuerdo perfectamente llegando de Bruselas con su ropa completamente manchada de pintura, su bandolera y su cuaderno. A partir de ahí, nunca jamás perdimos el contacto, nuestra amistad se fue forjando entre vinos y risas, confesiones y consejos, azotes de realidad y surrealismo.

Salamanca, Madrid, Granada, Nerja, Salobreña… son lugares llenos de memorias, de anécdotas, y de inspiración para Matug , sitios donde compartimos muchos de esos momentos “mágicos” e inolvidables.
Tuve el privilegio de custodiar uno de sus cuadros en mi casa durante algún tiempo, aquel titulado Entre Oriente y Occidente. Fue a través de él, donde descubrí que cada trazo hablaba y cada color importaba. Empecé así a comprender que sus cuadros no eran la recreación de una imagen, sino la interpretación de un cúmulo de sentimientos ahogados y sensaciones a flor de piel.
Cuanto más profundizo en la persona, más entiendo al artista y lo que su arte grita. Su pintura grita desgarradamente piedad, siente amor profundo y huele a sal. Sus colores hacen enmudecer, hacen brotar sonrisas y derramar lágrimas. Así es Matug, tan sensible como un molinillo al viento, tan intenso como un huracán.
Su humildad y sencillez, su generosidad y su preocupación por los demás, hacen de Matug no sólo un gran artista, sino también una gran persona. Maestro de arte y Maestro de la vida.



Pilar Pisonero Salamanca 2016