Francisco Terrón Ibáñez
Granada, 2014
La primera vez que vi la pintura de Matug Aborawi fue en su
pequeño estudio del casco histórico de Granada, cerca de la Universidad.
Preparaba entonces parte de lo que sería una de sus últimas exposiciones, “Mis
sueños en Granada”, ciudad a la que vino a doctorarse. Era la última etapa de
lunos estudios que había iniciado dos décadas antes en la Facultad de Bellas
Artes de Trípoli, cerca Al Gharabuli, el pequeño pueblo en el que vino al mundo
y que, al igual que Granada, constituye uno de sus puntos de referencia vital y
pictórica.
Matug Aborawi En La Playa de Salobreña Granada 2014
Fotografia de Tariq Elmiri
Las playas de su aldea, la vida
intensa de Granada, ambos origen y destino de ida y vuelta marcan la existencia
de Matug. Hereda de ambos –África, Europa, Mediterráneo- la fuerza creadora y
la luz que orienta su carácter, su impulso vital y las historias que han
inspirado sus últimas creaciones, al menos desde que lo conozco.

Para Matug el viaje vital entre
Al Gharabuli y Granada es una trayectoria feliz que otros seres humanos sin
embargo no han podido realizar, y él no lo olvida. En las puntas de sus
pinceles habitan siempre los espíritus de todos aquellos emigrantes de almas,
de espacios vitales, de países, de mares, de ideas, de todos aquellos que
buscan cambiar de vida como una necesidad urgente, que más que una búsqueda
constituyen una huída.De esa trayectoria pictórica me impactó sobre todo su
“Homenaje a los Desaparecidos”, una auténtica elegía a aquellos que escapando
de la dura realidad de sus países de decidieron a cruzar el mar para mejorar
sus vidas, y encontraron en la muerte el fin de su esperanza. Me impactó su
relato de desesperados humanos como sombras sucumbiendo a trágicos finales,
“moros sin techo envidiando a los perros domésticos”, que diría el poeta Muftah
Al-Amary en su poema Catanzaro.
Esa preocupación constante por los desheredados del destino
es una constante que se vuelve a repetir en otros “desaparecidos”, que también
retrata Matug en sus lienzos: los de las Primaveras Árabes. Gentes de
futuro incierto que al igual que los protagonistas de las pateras decidieron cruzar
un proceloso mar de dictaduras y miseria, ocupando plazas y calles de sus
ciudades, exigiendo democracia, justicia y condiciones de vida dignas. Y que
como los subsaharianos de las pateras, sucumbieron en la mayoría de los casos.
Y también, de la misma manera, convertidos en un ítem de crueldad cotidiana
anunciada en televisión, como describiría Paco Luis Baños. Y Matug también aquí
impide que se olvide, como la voz de una conciencia –la del primer mundo-
dormida y todavía lejos del alba.
Si algo nos muestra de manera
persistente en sus cuadros Matug Aborawi son momentos para memorizar,
despedidas con dolor; colores intensos; personajes abatidos en busca de otra
vida real o imaginaria; abstracción de valor, emociones; gentes que navegan
contra su destino, que se estrellan contra rompeolas infranqueables; la lucha
contra la desesperanza, contra los muros, contra las fronteras y la
indiferencia. Sus obras nos hablan con frecuencia de un autor buscando, como
sus náufragos, la esperanza entre el cielo y el mar. De su mar Mediterráneo,
que es también el mío y el de todos nosotros, que compartimos una manera de
construir la vida. Un mar que es también el mismo en el que vio sus primeras
luces y jugó las primeras veces con su paleta el joven malagueño Pablo Picasso.
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Francisco Terrón Ibáñez
Granada,
noviembre de 2014